Ayer disfruté, superando el agotamiento nocturno, con The Quiet Man, esa joya irlandesa del mítico John Ford; por vez primera la ví en versión original (con lo que gana mucho). Algunos temas se cantan en la película, entre ellos, Wild colonial boy, la historia de aquel chico que abandonó el condado de Kerry con dieciséis años para cruzar el mundo y acabar en Australia, como tantos de aquella tierra. Se convirtió en una suerte de Robin Hood, robando al rico y ayudando al pobre, según dice la canción. Acabó, como cabía esperar, con el corazón destrozado por una bala. Traigo aquí esta rancia canción, en rancias versiones. Rancio, en su mejor acepción, claro.
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